Punta de ballet

lunes, 31 de enero de 2011

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lunes, 24 de enero de 2011

Anna Pavlova.

¡Hola a todos!
El otro día en clase de ballet,Teresa (la profesora) , nos leyó la biografía de Anna Pavlova.
Anna es mi ídolo inconfundible en el ballet.
Os dejo un texto sobre ella .
Las últimas palabras de Anna Pavlova fueron:¨Prepara mi vestido de cisne¨, se lo dijo a una de sus sirvientas.
He aquí su historia:
«Prepara mi vestido de cisne» -estas fueron, según cuentan, las últimas palabras de esta gran bailarina, dirigidas a su ayudante de cámara, una media hora antes de morir, estando ella en La Haya. Sería esto como un recuerdo imborrable que nos habla algo más acerca de este carácter de entrega que tenía.

Pavlova había estado enferma, muy enferma; sin embargo su fe y espíritu de lucha, su entrega al público y su personaje, le impedían claudicar. Por ello ese deseo de seguir representando su papel, el papel de cisne, en esa obra de Tchaikovsky: "El Lago de los Cisnes".


Los recuerdos del ayer

Ana Pavlova había representado durante 25 años la muerte del cisne. Lo había hecho sobre los escenarios más afamados del mundo. Ahora, el cisne moría una vez más; pero, esta vez, para siempre. Sería otra bailarina la que ocupase su lugar, pero nunca con la gracia o calidad como lo hiciera Ana Pavlova.

La muerte imprevista de esta bella mujer había cortado su carrera de artista antes de que empezara su declive. Se encontraba aún muy lejos de la vejez (tenía 49 años), y se le había privado, con su muerte, de una cadena más larga de triunfos, evitándole así la tristeza del ocaso. Una bailarina que, como cisne, moría en todo su esplendor.

Pavlova había brillado sin cesar durante treinta y dos años. Lo había hecho desde el invierno de 1899 en que recibiera su título de bailarina de la Escuela Imperial de Danza de San Peterburgo, en el Teatro Mijailovky. Eran sus primeros pasos, pero ya, desde entonces, se veía próxima su consagración.

Se trataba de una danzarina de calidad etérea, de apariencia frágil, aunque robusta y sana; piernas bien modeladas sin la excesiva musculatura que a algunas de ellas da el ejercicio de la danza; tobillos finos; brazos largos, perfectamente delineados, buscando siempre tocar con la punta de sus dedos la inmensidad del otro yo. Una excelsa bailarina que muy pronto cobraría fama en todo el mundo.


Sus primera infancia

Pavlova era una niña frágil, una fragilidad aparente debida a que desde su infancia fue muy enfermiza. Había nacido prematuramente, diminuta y débil, un 31 de enero de 1882, en San Petersburgo, Rusia. Desde sus primeros años había sufrido todas las enfermedades propias de la niñez. Luego vendrían otros tiempos y ella cambiaría.

Huérfana de padre, desde los dos años de edad, fue Pavlova una niña mimada por su madre. Esta última tenía sangre rusa y judía, y estaba preocupada por la salud de su hija, por lo que decidió enviarla con su abuela, quien se encontraba en el campo, en Ligovo. Allí Pavlova se enamoraría de la naturaleza y más tarde interpretaría esto en su arte a través de La libélula, La amapola de California, Hojas de otoño y otros personajes.


Vocación y primeros pasos

La vocación de Pavlova había nacido a partir del día en que su madre la había llevado a ver el ballet de La Bella Durmiente. La niña tenía 8 años y desde entonces no tuvo mas que un anhelo: ingresar a la Escuela de Danza. Ella ya era una bailarina, aunque faltaban ciertos requisitos.

Cuando Ana presenta el examen de ingreso tenía apenas diez años y estaba todavía muy enclenque, pero debió haber sido mucha su disposición para el baile, ya que tanto la salud como la robustez se consideraban esenciales para su aceptación.
Pavlova estaría por espacio de siete años sometida a un régimen intenso en esta Escuela, donde no solamente resistiría a todos los ejercicios a pesar de su fragilidad, sino que adquiría la salud y el vigor que tanto necesitaba y conservaría hasta el fin.


Su carrera

Sus primeros maestros fueron Oblakov, Ekaterina Vazen, Pavel Guerdt, el sueco Christian Johansen y el francés Marius Petipa. La nacionalidad de éste último, Petipa, no constituía ni mucho menos una incongruencia en el ballet ruso.

El ballet había nacido en Francia. Había nacido con la fundación de la Academie Nationale de la Danse en 1661 por Luis XIV, y cuando el zar Pedro el Grande impulsó este arte de la danza clásica en Rusia lo hizo llevando hasta su reino a maestros franceses.


El inicio

Ana Pavlova había iniciado su carrera escénica en el Teatro Mariinsky (Opera Imperial) representando diversos papeles, sin pasar por lo que se llama «cuerpo de baile». Luego, más tarde, en el transcurso de los años, a Pavlova le tocaría interpretar un papel muy especial: el famoso cisne.

En 1905 Pavlova había sido invitada a participar en una gran función benéfica y pidió a su amigo Michael Fokin que le aconsejara una pieza musical para bailar. Fokin propuso El cisne, de Saint-Saëns. En un momento compuso la danza y en seguida empezaron a ensayar. Así nacería el «solo» del ballet más famoso de todos los tiempos: "La muerte del cisne".


El éxito

A raíz del éxito obtenido, las autoridades del Mariinsky no vacilaron en dar a Pavlova el papel principal dentro de aquella obra de El Lago de los Cisnes, ballet en cuatro actos con música de Tchaikovsky. Poco después se le daría el nombramiento de prima ballerina (primera bailarina).

Pavlova fue también afortunada en el amor, ya que en ese mismo año, Ana se casaría. Lo haría con el barón Víctor Emilovitch Dandré, quien en lo sucesivo organizaría todas sus giras y, después de su muerte, escribiese el libro que constituye la mejor biografía de Ana Pavlova.

Más adelante, inspirada por sus triunfos y por lo que había leído de otros sitios, Pavlova decidió viajar. Su primera gira que hizo fue a Riga, en 1907, con Adolph Bohn como partenaire (como pareja). Después lo haría en Helsingfors, muy cerca de Estocolmo, Suecia, donde el rey Oscar le confiriera la Orden Sueca del Mérito en Arte.

Los viajes continuaron y la Pavlova llegó hasta Copenhague, Dinamarca; Leipzig, en Alemania; Praga, en Checoslovaquia, Berlín, en Alemania; y Viena, Austria, donde el público colmaría de flores el escenario. Años después sus viajes continuarían y Pavlova llegaría a conquistar el mundo entero.


Siguió el éxito

El éxito que acompañaron a estar giras decidieron a Diaghilev (uno de los máximos dirigentes de grupos de ballet) el llevarla a París, pero no duró mucho con él. Ciertos problemillas los distanciaron. Las ideas, como que no checaban entre ellos. Pavlova defendía el ballet clásico y hacía a un lado las tendencias modernas que, según ella, amenazaban al arte del ballet.

Ella representaba la extrema derecha; él, la extrema izquierda. Diaghilev llevaría el ballet a un nivel de unidad artística, mientras que la Pavlova lo elevaría al pináculo de la perfección. Diaghilev sería reconocido por intelectuales y artistas, Pavlova sería admirada y querida por millones.


Giras y temporadas

Pavlova formó su propia compañía. Más tarde, el 28 de febrero de 1910, aparecería por vez primera en el Metropolitan Opera House de Nueva York con el ballet Coppelia, llevando a Michael Mordkin como su partenaire. Su triunfo, ni qué dudar, fue avasallador.

En abril de ese mismo año inició una temporada en el Palace Theatre de Londres, que duró hasta agosto. Durante los cinco años siguientes repitió una temporada anual de quince o veinte semanas en ese mismo teatro de la capital inglesa, temiendo una retribución de mil doscientas libras esterlinas como paga.

Como era de esperarse, Ana Pavlova conquistó al público londinense desde la primera vez. En 1912 ella y su marido compraron una vieja casa en la parte alta de la ciudad, con un jardín frondoso, un pequeño estanque y paredes recubiertas con hiedra. Ivy House era la casa. Esta se convertiría desde entonces en su hogar permanente, sin dejar de conservar, por otro lado, su departamento en San Petersburgo, pues Ana Pavlova iba todos los años a bailar en el Teatro Mariinsky.


Más tarde, en 1913, hizo sus últimas apariciones en San Petersburgo, dimitió al Mariinsky y dejó el departamento. Le era demasiado difícil conservar esa doble vida estando una parte del tiempo en el extranjero y la otra en Rusia. Por otro lado, acababa de firmar un importante contrato para realizar una larga gira por Estados Unidos y Canadá.

Terminando la gira por América del Norte, en mayo de 1914, durante el verano siguiente, Pavlova estuvo por última vez en Rusia. Al declararse la guerra, Ana se encontraba en Alemania, logrando luego volver a Inglaterra, vía Bélgica. En septiembre embarcaría de nuevo a Estados Unidos para llevar a cabo otra gira.


Bailar para el mundo entero

A Pavlova le eran indiferentes los convencionalismos. Estaba dispuesta a bailar en cualquier parte donde la gente quisiera verla. «Quiero bailar para el mundo entero» -decía. El Palace de Londres, teatro de variedades (conocido lugar por el que en estos últimos 20 años han pasado revistas musicales tales como Jesucristo Super Estrella, José el Soñador, Evita, Cats, El Fantasma de la Opera, entre otras), fue una prueba humillante para Nijinsky, cuya esposa cuenta que la cegaron las lágrimas al verlo bailar entre un número de payasos y otro (número) donde salía un cantante de cabaret.

Realmente Pavlova se burlaba de los convencionalismos, pues llegó a bailar en el Hippodrome de Nueva York, entre elefantes amaestrados y coloridos y alegres titiriteros. Su deseo era prodigar el arte, llevarlo a todos los rincones, de ninguna manera el de encontrar públicos fáciles de contentar; por el contrario, se lamentaba de la falta de exigencia en el público norteamericano, del que una vez dijo: «El público de aquí es tan excesivamente generoso que, aunque me conmueve, no me ayuda. Sé que esta noche no he bailado La muerte del cisne tan bien como de costumbre, pero los aplausos han sido los mismos.


Sus viajes por el mundo

En Estados Unidos Pavlova tenía buenos amigos, entre ellos Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin, las cuales la persuadieron a filmar sus danzas. En la película que se conserva, tomada en 1912, puede verse algo de su gran estilo y personalidad que transmitía. Una cinta donde se deja ver toda una gran artista.

Vendrían, ahora sí, las giras. En América, no sólo se presentaría en Estados Unidos y Canadá, sino que también visitaría México, Río de Janeiro y Buenos Aires. Y no sólo estos sitios sino que también llegaría hasta los más remotos lugares del continente, a pesar de las dificultades e incomodidades que suelen acompañar este tipo de viajes a las compañías.

Al terminar la guerra volvería a su casa en Londres, reanudando sus giras por toda Europa, extendiendo éstas al poco tiempo por todo el mundo. Visitaría la India, Malasia, Japón y otros países del Extremo Oriente. También lo haría por Egipto, Sudáfrica, Austria, Nueva Zelandia y muchos otros más.


Su manera de ser

Hemos ya mencionado que Pavlova era una enamorada de la naturaleza. Amaba las aves, las flores, los insectos... En su jardín de Ivy House tenía cisnes, flamencos y pájaros. Por las noches, al regresar del teatro, se paseaba un rato por la paz y el silencio de su jardín. De ahí tomaría inspiración para interpretar papeles como el Cisne, la Libélula y la Amapola. Sus versiones estaban arrancadas de la naturaleza misma, de su identificación y armonía perfecta con cada una de estas creaturas.

Así, para interpretar "La muerte del cisne" era necesario, además, de la identificación formal con la bella y efímera creatura, olvidarse de la propia personalidad de bailarina, absorber la tragedia y transmitir ésta con arte de actriz. Pavlova tenía y vivía ese sentimiento profundo y sólo ella sabía expresarlo.


Pavlova en México

México tuvo el privilegio de presenciar a Ana Pavlova en "La muerte del cisne" y, con ello, un hecho conmovedor, único, en la carrera de esta gran bailarina. Pablo Casals se hallaba en la capital de este país cuando se anunció la actuación de Ana.

Casals convino con el empresario del ballet que cuando fuera a presentarse "La muerte del cisne" el primer cello de la orquesta permaneciera callado y el maestro, oculto entre bambalinas, tocaría la parte correspondiente.

«Cuando empecé (a tocar) -cuenta Casals-, la bailarina se volvió asombrada, buscando al cellista escondido. En cuanto concluyó su danza salió corriendo del escenario, me abrazó y me besó. Luego me llevó con ella a escena para recibir los aplausos del público».


Su última gira por Europa

En enero de 1930 Ana Pavlova realiza la última gira de su vida por Europa. Bailó en el sur de Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y, finalmente, en París. Tomaría luego unas vacaciones regresando inmediatamente a Londres donde terminaría en el Golders Green Hippodrome, donde el 13 de diciembre brindaría aquí su última actuación.


Su siguiente gira continental debía comenzar (nunca comenzó) el 19 de enero de 1913. Pavlova había decidido descansar unos cuantos días en Cannes (Francia) y a la vez recibir un tratamiento para la rodilla izquierda, en la que sentía cierta molestia. La rodilla se curó y, el 10 de enero, Pavlova se dirigió a París para dedicarse a ensayar ciertos números. Mientras tanto su esposo iría a Londres a resolver unos problemas antes de reunirse con ella en La Haya.

El tren de Cannes a París se había detenido a causa de un accidente. Pavlova había salido del vagón para ver lo que sucedía. Se dice que fue aquí donde atrapó un fuerte resfriado que posteriormente le causaría la muerte. Ella le restó importancia al asunto. «Una gripe a cualquiera le da» -diría.

En París trabajó en un estudio sin calefacción. Su resfriado y malestar seguían, pero Pavlova nuevamente le restó importancia. Lo que sí, es que en París, dijo sentirse fatigada. Durante el viaje sintiose peor; y, al llegar a La Haya tuvo que acostarse. Así fue como la encontró su marido.

Los médicos diagnosticaron pleuresía en el pulmón izquierdo. A pesar de todo esto, Ana no se resignó a quedarse en cama. Preocupada por la temporada que iba a empezar, daba instrucciones a todos sus ayudantes. Sin embargo, el malestar seguía. La infección había invadido el pulmón derecho y el corazón empezaba a debilitarse.


Las últimas palabras

La noche del 23 de enero, Ana se sumió en la inconsciencia; pero, al filo de la media noche, abrió los ojos, llamó a su camarera, quien se le acercó de inmediato inclinándose sobre ella. Entonces Pavlova le dijo: «Prepara mi vestido de cisne». Fueron estas sus últimas palabras. Media hora después, Ana Pavlova había muerto.

Dos días después de su muerte se celebró en Londres una función de ballet. Después del primer número, el maestro se volvió al público y anunció: «Y ahora la orquesta interpretará "La muerte del cisne" en memoria de Ana Pavlova». Levantose el telón y apareció en el escenario obscuro y vacío un solo reflector. Nadie estaba ahí, pero todos recordaban a esta gran bailarina rusa que había sido Ana Pavlova.

Anna Pavlova.

domingo, 23 de enero de 2011

Ballet , el mejor deporte del mundo

El ballet es el mejor deporte del mundo para muchas persona, como yo.
Todavía no tengo puntas de ballet, ojalá llegue a tenerlas.
Me llamo Carmen María y espero tener muchas personas amigas en este blog que empiezo hoy ,
24/01/2011.
Adiós